miércoles, 19 de diciembre de 2012

La leyenda del águila y el halcón

El condor pasa by Flauta de Pan on Grooveshark

Cuenta la leyenda de los indios Sioux que, cierta vez, llegaron hasta la tienda del viejo brujo de la tribu, tomados de la mano, Toro Bravo, el más valiente y honorable de los jóvenes guerreros; y Nube Azul, la hija del cacique y una de las más hermosas mujeres de la tribu.

–Nos amamos –comenzó el joven.
–Y nos vamos a casar –dijo ella.
–Y nos queremos tanto que tenemos miedo. Queremos un hechizo, un conjuro, o un talismán. Algo que nos garantice que podremos estar siempre juntos. Que nos asegure que estaremos el uno al lado del otro hasta encontrar la muerte.
–Por favor –repitieron–. ¿Hay algo que podamos hacer?
El viejo brujo les miró y se emocionó al verlos tan jóvenes, tan enamorados, tan anhelantes esperando su palabra.
–Hay algo –dijo finalmente el anciano–. Pero no sé... Es una tarea muy difícil y sacrificada...
–No importa –dijeron los dos–. Lo que sea.
 El hombre se tomó unos largos instantes. Después, se dirigió a la muchacha:
–Nube Azul, ¿ves el monte al norte de nuestra aldea? –dijo, mientras señalaba en dirección a este– Deberás escalarlo sola y sin más armas que una red y tus manos. Deberás cazar el halcón más hermoso y vigoroso del monte. Y, si lo atrapas, deberás traerlo aquí con vida el tercer día después de la luna llena, ¿comprendiste?
La joven asintió en silencio.
–Y tú, Toro Bravo –continuó el brujo–, deberás escalar la montaña del Trueno. Cuando llegues a la cima, encontrarás la más brava de todas las águilas y, solamente con tus manos y una red, deberás atraparla sin heridas y traerla ante mí, viva, el mismo día en que lo hará Nube Azul. Ahora, salgan.

Los jóvenes se abrazaron con ternura y luego partieron a cumplir la misión encomendada... Ella hacia el norte; él, hacia el sur.

El día establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con las bolsas de tela que contenían aquellas aves que el brujo les había pedido.
Entraron y el viejo les pidió que con mucho cuidado las sacaran de las bolsas. Los jóvenes lo hicieron y expusieron ante él las aves cazadas. Aquellos ejemplares eran verdaderamente hermosos. Sin duda, lo mejor de su estirpe.
–Y, ¿ahora qué hacemos? –preguntó el joven– ¿Los matamos y bebemos el honor de su sangre?
–No –contestó el anciano.
–¿Los cocinamos y comemos el valor de su carne? –propuso la joven.
–No –repitió el viejo–. Harán lo que les voy a decir: tomen las aves y átenlas entre sí por las patas con estas tiras de cuero. –El hombre levantó su brazo y les entregó aquellas tiras que colgaban de sus ajadas manos–. Cuando las hayan anudado, suéltenlas y que vuelen libres.



El guerrero y la joven, sorprendidos, hicieron lo que se les pedía. Ataron y después soltaron las aves. El águila y el halcón intentaron levantar el vuelo pero sólo consiguieron revolcarse por el suelo mientras revoloteaban asustadas.

Unos minutos después, irritadas por la incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre sí, hasta matarse.
Los jóvenes miraron al anciano.

–Este es el conjuro –dijo–. Jamás olviden lo que han visto. Son ustedes como un águila y un halcón. Si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no sólo vivirán arrastrándose sino que, además, tarde o temprano empezarán a lastimarse el uno al otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure, vuelen juntos, pero jamás atados.

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