Muchas veces, la inercia de
la ajetreada rutina cotidiana nos arrastra a devorar la vida sin la necesaria pausa para degustar la especialidad que la compone.
Día a día nos levantamos con pereza y pesadez, seguidamente nos vestimos y salimos a la calle para realizar de manera casi autómata aquellas
tareas rutinarias que de alguna forma han llegado a nuestro quehacer. Paramos brevemente para comer rápidamente mientras pensamos en todo aquello que deberemos hacer a continuación y, ya con la pesadez de la digestión continuaremos con nuestras tareas, ya sean estas trabajar, tomar un café o ver la televisión. Y cuando el Sol se pone, y nos recogemos un día más para estar listos para un nuevo día, muchas veces tenemos la sensación de estar envueltos en una rutina insulsa, en la que los días pasan de una manera tan deprisa que podemos a llegar sentir de una manera casi vertiginosa no haber vivido nada especial. Y, puede, que el problema no sea tanto nuestra rutina como la manera de degustarla. Porque, como si de un plato de comida se tratara, todos los seres
humanos tenemos la libre posibilidad de elegir cómo saborearlo cada día.
Tenemos la posibilidad de tratar este plato que representa nuestro día de hoy como un
plato normal, que degustaremos rápido, sin esperar gran cosa, sin mucho valor
ni importancia. Pero esta forma de comportarnos no estará muy alejada de la que le daríamos a la ingestión de cualquier menú que pidamos en un cualesquiera restaurante de comida rápida. Pero, esto, no se corresponde con la realidad.
La magia de la vida lo que nos ofrece cada día después de levantarnos es
un manjar de uno de los mejores restaurantes del mundo, cocinado por el mejor cocinero del universo, el Gran Chef, con un valor o precio, simplemente incalculable.
Entonces, ¿Por qué no comportarnos tal y como lo haríamos al acudir a un
restaurante de estas características? Tomar consciencia de que vamos a degustar una maravillosa
delicatessen y sentarnos a la mesa con expectación, comportarnos de
manera elegante y comenzar a degustar con calma y atención esa especialidad de
la vida que tanto tiempo ha llevado a Alguien cocinar. Y entonces, con esa actitud, tendremos la capacidad necesaria para percatarnos de cada esencia de ese manjar, para fijarnos en su textura, su temperatura, su aroma y sacar las delicias de las que
se componen su salsa.
Somos libres
para elegir entre estas dos maneras de vivir el tiempo que nos prestaron para
estar aquí.
Pero sólo aquellos que
son capaces de elegir la segunda opción son capaces de encontrar cada día,
después de levantarse, el momento mágico de la vida. Ese momento, puede estar
escondido en una sonrisa de quien nos sirve el café, en un mensaje de alguien
que apreciamos, en un regalo inesperado, en la contemplación de algo que hasta
hoy nos había pasado desapercibido a pesar de transitar por allí todos los
días, en conocer a alguien y alimentarnos de su sabiduría, en la lectura de un
texto enriquecedor, en una puesta de Sol y tantas e infinitas cosas que cada
día la vida nos pone sobre la mesa.
Sólo seremos
capaces de darnos cuenta de estos momentos mágicos cuando nos tomemos cada día
de nuestra vida como un plato de lujo.
Te aseguro que cada
día de tu vida tiene, por lo menos, un momento mágico y que lo único que hay
que hacer es saber apreciarlo.
Cuando,
inesperadamente, te tropieces con ese momento, simplemente, disfrútalo al máximo
de las posibilidades.
Y, entonces,
descubrirás la magia de un día cualquiera.
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